La ansiedad: la punta del iceberg. Por Dra. Sarit Grossman – Psicóloga Clínica y Psicoanalista APAP

“Estoy muy ansioso”; “No logro dormir por las noches”; “Me pongo nerviosa cuando mi esposo no está”; “Estaba en una fiesta y, de repente, me empezaron a sudar las manos y sentí como si el corazón se me fuera a salir”. “Tengo miedo a morirme”.  

Estas son sólo algunas de las manifestaciones clínicas de ansiedad con las cuales llegan los pacientes hoy a la consulta. La prevalencia de lo que, por el momento, llamaré una “clínica de la ansiedad” es cada vez mayor en nuestra sociedad. Pero, ¿a qué se debe el aumento de casos? ¿Por qué hemos pasado de una Nación Prozac a una Sociedad PAM? (en donde lo que predomina es el consumo de benzodiazepinas: diazepam, lorazepam, clonazepam, etc.). ¿Qué hay detrás del síntoma?

En primer lugar, debemos señalar que la ansiedad es un signo de alerta. Nos avisa de un peligro inminente (interno o externo, real o imaginario), y permite que la persona tome las medidas para hacer frente a esa amenaza. Es decir, la ansiedad es una respuesta normal o adaptativa. Necesitamos de un cierto grado de ansiedad para enfrentar y manejar las exigencias del medio.  Sólo cuando el grado de ansiedad es elevado hablamos de una ansiedad “no saludable”.

Segundo. La ansiedad se manifiesta siempre a través del cuerpo: palpitaciones, dificultades respiratorias o gastrointestinales, insomnio, alteraciones en la piel, entre otros. Toda una serie de síntomas que generan sufrimiento y alteraciones importantes. Es por ello que cuando sentimos ansiedad buscamos un alivio rápido del  síntoma.  

Tercero. Es importante distinguir entre lo “manifiesto” y lo “latente”, es decir, entre el síntoma (lo que vemos o lo que sentimos) y aquello que lo origina, es decir, las causas de la ansiedad. Por ejemplo, una persona con fobia a los aviones, que evita viajar en avión por la ansiedad que le genera. Este es el motivo manifiesto: ansiedad por montarse a un avión.  Puede que la persona se tome algún medicamento, o recurra a algún otro método para sobrepasar las horas de terror mientras sube a un avión. Sin embargo, enfocarnos en el motivo manifiesto e intentar solucionarlo no resuelve el conflicto de fondo; sólo da alivio temporal. 

Como psicoanalistas, nos preguntamos, e incentivamos al paciente a que se pregunte: ¿Por qué no puede subirse a un avión? ¿qué significa para esa persona estar en un avión? O ¿desde cuándo no puede hacerlo? ¿A qué le recuerda? O, ¿qué pasaría si pudiera viajar? 

Detrás de estas y otras posibles preguntas se encuenta el motivo latente o lo que esconde su síntoma. Por ejemplo, puede ser que subirse a un avión, en este caso ficticio, despierta una angustia de separación, pues su padre lo abandonó de pequeño y lo que le dijeron fue que “se fue de viaje”. Entonces, subirse a un avión representa desaparecer para siempre de la vida de sus hijos. 

Es decir, el síntoma (la ansiedad) es como la punta de un iceberg. ¿Qué quiere esto decir? Bueno, la punta del iceberg es lo que vemos. La punta del iceberg nos avisa que existe una gran masa de hielo que está debajo, sumergida, que no podemos ver, y que es mucho más grande que la simple punta. Nuestra tarea, entonces, es descubrir esa masa, entender qué origina la ansiedad; no tratar de evitarla. 

Para finalizar, volvamos a nuestra pregunta original: ¿a qué se debe que hoy día predomine la ansiedad como síntoma social?  

Pues bien, vivimos en una sociedad caracterizada por la inmediatez y por el consumo,  en la cual los objetos-gadgets ocupan un lugar predominante. Tener ha pasado a ser más importante que el ser, y cada día dejamos menos espacio para el deseo, para la falta.  Un mundo en el cual todo está “satisfecho”, y en donde la espera, la incompletud o la falta son intolerables.  La ansiedad, como síntoma, viene a denunciar esta condición: el vacío, la angustia, el dolor y el sentimiento de inexistencia en el ser humano. 

Entonces, ¿hasta cuando seguiremos insistiendo en ahogar el síntoma? ¿Cuándo empezaremos a escuchar lo que nos dice? Recordemos: hay mucho más debajo de la punta del iceberg.

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