Jessy Khafif. Psicoanalista APAP/IPA
Hoy rendimos homenaje al Psicoanálisis, al legado que nos dejó Sigmund Freud, médico neurólogo y padre del psicoanálisis, y que celebramos en Mayo; mes de su nacimiento. Sus aportes revolucionaron el pensamiento occidental del siglo XX, principalmente los concernientes a la concepción del ser humano, rompiendo así los esquemas pre establecidos por la psiquiatría y la psicología que eliminaban al sujeto y centraban la mirada exclusivamente en la enfermedad. Freud, entre otros pensadores de la época, empezaron a poner en duda el misticismo religioso y el enfoque positivista heredado del siglo XIX, que tomaba la experiencia verificada por medio de los sentidos como único medio para validar el conocimiento. Freud también era fiel creyente y practicante del método científico, pero las dificultades en el tratamiento y cura de las pacientes histéricas, lo llevó a involucrarse de otra manera en estas patologías dejándose influir por otros conocimientos. Su devoción por encontrar respuestas y su rigor y disciplina para el estudio, le estimuló a mantener una escucha abierta a todas las propuestas, descartando algunas e incorporando y modificando otras, entre ellas la hipnosis y el método catártico que mas adelante se convertiría en la asociación libre. Este método de asociación libre pedía mucho mas al paciente que una simple descarga afectiva lograda a través de la catarsis, y mas que la evocación de algún recuerdo reprimido por medio de la sugestión. Por medio de la asociación libre, por el contrario, se esperaba a que el paciente, en plena vigilia, pudiese evocar un recuerdo que había sido reprimido y conectarlo al afecto asociado a dicha experiencia para poder ser revivido en el presente y dar oportunidad a la elaboración de la experiencia traumática. Estos descubrimientos lo fue alejando paulatinamente del discurso médico tradicional, mientras otorgaba a la palabra y a la escucha un lugar preponderante, al utilizarlos como sus únicas herramientas. Esta ponderación e inclinación hacia lo subjetivo le dio acceso a un mundo que no había sido explorado por nadie, permitiéndole diseñar una robusta teoría de la mente condicionada por el inconsciente y los impulsos sexuales, así como un método terapéutico sin precedente al que denominó Psicoanálisis.
Podríamos decir que el psicoanálisis como técnica, teoría de la personalidad y teoría de la mente inicia oficialmente con el declive de la teoría de la seducción, una vez que se sospecha que los síntomas neuróticos-conversivos de las pacientes histéricas no eran el resultado de experiencias traumáticas reales, sino que el mismo malestar podía generarse desde el deseo y desde la fantasía inconsciente. “Ya no creo en mi neurótica” le escribiría Freud a su amigo Fliess (carta No. 69 del año 1897), ante la primera desilusión importante en el desarrollo de su teoría. Se había alejado de la acostumbrada práctica médica apostando a encontrar alguna pista en el relato de sus pacientes que le develara las causas de dicha patología, para luego sentirse burlado al descubrir que los relatos de éstas eran engañosos. Pero este quiebre importante en lugar de desalentarlo, le dio un empujón hacia un nuevo y mas determinante hallazgo que atribuía a la realidad psíquica igual o mayor influencia que la realidad material. El ser humano es un ser principalmente gobernado por impulsos terminaría diciendo, de forma tal que si uno quiere entender lo que es el ser humano es menester indagar la realidad psíquica principalmente inconsiente.
Con este nuevo saber se desplomaba la concepción del hombre como se lo habían imaginado los racionalistas del siglo 18, quienes calificaban al hombre como un ser lógico, racional, dueño de sus decisiones y de sus actos. Con esta declaración, Freud se asumía el responsable de una de las tres mas profundas heridas narcisistas de la humanidad. Algunos siglos atrás, Galileo Galilei había encolerizado a las esferas cultas de la sociedad, al apoyar la teoría Heliocéntrica de Copérnico, que desplazaba a la tierra poniendo al Sol ahora como el centro del universo. Con esta declaración se había atrevido a sacar al hombre del centro del universo y convertirlo en habitante de un planeta más.
Tres siglos mas tarde, se establecerán las bases para las dos humillaciones siguientes. En primer lugar, Charles Darwin estremece a la sociedad con su Teoría de la Evolución que sostiene que el hombre no es producto directo de la creación divina, sino el fruto de un proceso largo de evolución que resume en la despiadada frase: “el hombre desciende del mono”. No podía haber mayor herida narcisista para el hombre que la que tener que renunciar a ser la culminación de un proceso creativo de Dios, para pasar a ser primates evolucionados, sin siquiera ocupar la cúspide de la evolución que estaba todavía por llegar.
El hombre pese a haber sido duramente herido en estas dos ocasiones, aún pensaba que la inteligencia y la razón eran los más importantes atributos humanos. El hombre, por lo tanto, se sentía en control de su vida, como quien se siente dueño de la casa en la que vive. Pero vino Freud y descubre que no solo no somos el centro del cosmos como lo había decretado Copérnico, ni tan especial dentro del reino de los seres vivos según diría Darwin, sino que tampoco eramos tan dueños de nuestra propia mente como así lo creíamos. Freud acababa de descubrir el inconsciente como una instancia de la mente que ejercía el verdadero poder sobre nuestras vidas y con esto provocaba la tercera y gran herida narcisista de la humanidad. Jung lo entendería muy bien y agregaría: “hasta que no hagas consciente tu inconsciente, tu inconsciente va a dirigir tu vida y le echarás la culpa al Destino”.
Anterior a que se constituyera como la piedra angular del psicoanálisis, la noción de inconsciente ya había sido mencionada por otros autores previos a Freud. Incluso en los tiempos bíblicos podemos ver en el sueño del Faraón, interpretado como una premonición de los años de hambruna que estaban por venir, una alusión a que el Faraón tenía un conocimiento inconsciente que ignoraba, que le fue develado e interpretado por Josúe. Desde entonces son varios los que han llegado a reconocer que hay material que escapa a la conciencia. También Freud contaba con este antecedente, y sin duda pudo verificar la existencia del inconsciente en sus pacientes, por lo tanto su genialidad no fue la de descubrir el inconsciente como algunos creen, sino la de unir el inconsciente con el concepto de sexualidad y por ende a los deseos prohibidos; fuente de malestar, ya sea por la satisfacción o frustración de los mismos. Es entonces cuando el inconsciente gana mas relevancia, y también cuando se convierte en una instancia mas temida por hospedar a los deseos prohibidos, peligrosos, que a su vez pulsan por salir determinando el comportamiento. Este nuevo enfoque de la mente y sus poderes no podía menos que generar preocupación y aversión en la sociedad vienesa, característica por sus tabúes en todo lo concerniente a la sexualidad. Sin lugar a dudas el Psicoanálisis no ha dejado de inquietar a la sociedad desde sus inicios, pues Freud, avocado al estudio de la mente nos desnudó como especie como nadie lo había logrado jamás.
Previo al año 1919 se deducía que el psiquismo del hombre se movilizaba en función de la búsqueda del placer y cuando esto no se lograba era por una causa externa al individuo. El sufrimiento estaba proyectado ya sea en la enfermedad, en la mala suerte, en la falta de inteligencia o en la incapacidad para adaptarnos mejor. Por ahí los masoquistas eran una excepción a la regla al enaltecer el sufrimiento, pero en términos generales lo que mas se quería era conseguir el placer y zafarse del displacer. Esta había sido una de las propuestas mas contundentes y un pilar importante desde donde se sostenía todo el cuerpo teórico y técnico que había acumulado el psicoanálisis hasta el momento. Pero con sorpresa y gran desilusión, descubre Freud una falla en su teoría. Si antes había asegurado que el sujeto era dominado por su inconsciente, ahora se descubría que no solo era gobernado por las pulsiones sexuales que allí habitaban, sino también por las pulsiones destructivas con las que compartían el terreno y que llevarían al sujeto a la auto destrucción de no lograrse el balance y satisfacción de ambos impulsos, el amoroso y el agresivo, por medio de canales aceptables. Su artículo “Mas allá del principio del placer” es el fruto de este nuevo hallazgo, donde nos presenta un sujeto distinto, que busca además del placer, la repetición de experiencias traumáticas. Freud descubrió que el sufrimiento es constitucional del sujeto, que forma parte de la estructura humana, y que el síntoma neurótico respondía a ambos fines. Por un lado, el de satisfacer el deseo sexual reprimido y por otro lado, el de favorecer la compulsión a la repetición de lo traumático y doloroso. Si bien el sujeto intentaba lograr experiencias placenteras en la vida, era evidente que le resultaba muy dificil evitar la repetición de experiencias traumáticas. A partir de este momento la concepción del hombre siguió cambiando y distanciándose del imaginario colectivo que aseguraba que el sujeto solo aspiraba a la felicidad. El hombre entendido desde el psicoanálisis es un sujeto en conflicto cuya principal contradicción en la vida dejó de estar en la lucha entre el principio del placer y el principo de realidad, dando paso a la lucha entre las pulsiones libidinales y las tanáticas destructivas que operan ambas, con fuerza, desde el inconsciente.
A través de un ejemplo clínico quizá podamos esclarecer esto mejor. Se trata de una mujer joven, bonita, inteligente y talentosa. Su malestar lo adjudicaba principalmente a su dificultad para encontrar pareja. En repetidas ocasiones se quejaba de su soledad, pero en otras sesiones surgía el tema del padre del quien hablaba con mucho entusiasmo, de quien estaba muy orgulloso y con quien tenía una fuerte identificación. Despues de un tiempo prolongado de trabajo pudimos detectar que con su soltería nos decía que no había en el mundo otro hombre como su padre y a través de mantenerse soltera lograba permanecer fielmente ligada a él. Esta conclusion sin embargo no agotaba la comprensión del síntoma. Poco después llegamos a una conclusión mas inquietante. Su soledad actual era también la amarga repetición de la soledad y abandono sentida a lo largo de su infancia. Aquí podemos ver el placer y el sufrimiento anudados en un solo síntoma: su soltería.
De manera entoces que el concepto del hombre que descubre el psicoanálisis tiene mucho que ver con la preponderancia del inconsciente en la configuración de su conducta, sus sentimientos y su vida; Y con la imperiosa necesidad que tiene el hombre de satisfacer sus pulsiones, no solo las sexules, sino tambián de la oscura tendencia a la compulsión a la repeticion.
Volvamos ahora a la premisa que dice que la vida se mueve de acuerdo al principio del placer, es decir, hacia la búsqueda de la gratificación ilimitada. En principio sabemos que esto es así, no hay que hacer más que ver a un niño pequeño comportarse en el entorno familiar para confirmar que poco le importa los demas con tal de recibir lo que desea. Pero en la medida que avanza en su desarrollo, si ha de conservar a los hermanos y padres que también quiere, tendrá que aprender a compartir y a postergar deseos en cuya descarga también depende para ser feliz. Como punto a favor tenemos que esta renuncia es remunerada con el acceso a la cultura. El punto en contra es que sostener la civilización requiere a su vez, soportar cierto malestar.
El principio de realidad se impone sobre el principio del placer y con este cambio se pierde la ilusión de seguridad o lo descrito por Freud como el “sentimiento oceánico” que experimenta el niño cuando está en fusión con la madre. El hombre busca en el contexto cultural y social la seguridad perdida pero ésta a su vez le exige renuncias pulsionales que buscan su satisfacción entonces en el etéreo mundo de la fantasía o en el resbaloso y traicionero mundo de los síntomas.
La cultura nos protege, nos permite convivir juntos y colaborar compartiendo lazos sociales, pero estos lazos tendrán que despojarse de lo erótico y ser sustituídos por lazos de fraternidad y amor. En este sentido la cultura tal vez no pueda mas que asegurarnos la sobrevivencia de unos con otros, aspirando a reducir las pulsiones agresivas y potenciando que las pulsiones de vida se manifiesten. Nacemos persiguiendo la satisfacción, y terminamos evitando a toda costa el displacer, no solo proveniente del mundo exterior sino también del propio pulsional.
En respuesta al título del simposio que nos convoca hoy: “el psicoanálisis frente al sufrimiento”, propongo que el psicoanálisis es las más importante teoría de la mente y su técnica se avoca principalmente a aliviar el sufrimiento humano. En el ¿cómo se hace?, nos alejamos definitivamente de corrientes que suponen que el bienestar surge modificando la conducta y por el contrario, aboga por un sujeto cada vez mas consciente de su subjetividad.
El psicoanálisis interviene en el “no me siento bien”, desde la solicitud que le hace el paciente de ser aliviado de su sufrimiento. Según lo hoy discutido sabemos que el sufrimiento es inherente a la condición humana, porque la mente está en constante conflicto, porque la vida es problemática y porque no somos elementos de la naturaleza de fácil adaptación a la realidad y sus exigencias. Pero el psicoanalista responde al pedido de su paciente desde un lugar particular. Lo alivia en gran medida pero principalmente le ofrece un espacio que le permita construir una nueva relación con el saber y su verdad, para dejar ir lo que no le favorece, para darle la posibilidad de experimentar el placer con menos culpa y para facilitarle la construcción de una salida diferente y mas exitosa que la defensa neurótica. El psicoanálisis parte de la premisa que el ser humano, como protagonista de su vida, es también responsable por su padecer, de aquello que mas le complica la vida, independientemente que lo sepa o no. Por eso el psicoanálisis nos ofrece la oportunidad de establecer una relación con lo posible pero aún desconocido. El psicoanálisis no puede regresarnos a un estado de entera satisfacción y tampoco promete aliviar del todo el sufrimiento, pero sí logra dar un sentido al padecimiento y que si hemos de sufrir ayudarnos a que sea por algo que valga la pena. Porque evitar a toda costa el sufrimiento es perder la posibilidad de encontrarse con uno mismo, y de encontrar la alegría en el encuentro con el otro. Si lo que se busca es dejar de sufrir esperando encontrar la felicidad, quizá convenga pensar en la felicidad no como un fin sino como el proceso de darle sentido a nuestra vida.